Os voy a contar la historia de un
semáforo que, sin querer y por esas cosas del azar, entró en mi vida y en la de
mis amigas. Como podréis adivinar por mis palabras, no es un semáforo más de
esos que sirven para cruzar la calzada, no, no. Para mi tiene un significado especial,
forma parte de mi devenir cotidiano de los miércoles por la noche es más, es
otro miembro de la pandilla.
Está situado en un punto estratégico
para nosotras. Testigo mudo y cómplice de nuestras charlas, de nuestras
confidencias, de nuestras lágrimas y de nuestras risas. Nos contempla impasible
cuando tiritamos de frío bajo su “copa” en las noches de invierno y cuando nos “asamos”
de calor en las cálidas noches veraniegas de Xàtiva. Nos permite despedidas
largas, cada vez más largas hasta hacerse interminables, celoso de nuestros abrazos
y, sobre todo, de la alegría incontrolable de estar junto a las AMIGAS
queridas.
Una vez terminadas las eternas
despedidas le dedico un guiño pícaro, él se pone rojo, amarillo, ¡chicas
atentas! y verde.
MERCEDES GOROSTIZA